martes, 31 de diciembre de 2013

Cuerpo y memoria - Alberto F. Roldán






Al llegar al último día del año 2013, seguramente se nos agolpan en la mente recuerdos imborrables tanto de experiencias negativas como positivas. “El tiempo pasa y nos vamos poniendo viejos” dice el poeta latinoamericano. Y es cierto. El tiempo, esa realidad inasible de la cual San Agustín decía: “Si nadie me pregunta lo entiendo pero deja de entender cuando alguien me pregunta” va dejando sus huellas en nuestro cuerpo.
Es que hay una relación inextricable entre tiempo y cuerpo. Dice Paul Ricoeur: “la memoria corporal está poblada de recuerdos afectados de diferentes grados de distanciación temporal: la misma magnitud del lapso pasado puede ser percibida, sentida, como añoranza, como nostalgia.”[1]
Con mayor o menor volumen de añoranza o de nostalgia del tiempo pasado, nos acercamos, indefectiblemente, el Nuevo Año. Llevamos en nuestros cuerpos esos recuerdos. El cuerpo, la “carne”, es tan esencial para los recuerdos que, en lenguaje insuperable, en su novela Palmeras Salvajes dice William Faulkner:
“No es que pueda vivir, es que quiero. Es que yo quiero. La vieja carne al fin, por vieja que sea. Porque si la memoria existiera fuera de la carne no sería memoria porque no sabría en qué se acuerda y así cuando ella dejó de ser, la mitad de la memoria dejó de ser y si yo dejara de ser todo el recuerdo dejaría de ser. Sí, pensó. Entre la pena y la nada elijo la pena.”[2]
Nuestro cuerpo es el receptáculo de la memoria. Si no tuviéramos cuerpo, la memoria no tendría sitio donde residir. Al final de un año nuestro cuerpo está más viejo. Y hemos de resolver, en medio de las angustias, zozobras y fracasos, ser o no ser. La carne, la vieja carne al fin, es necesaria. Desde la perspectiva de la fe, San Pablo dice:
“Es por esto que nunca nos damos por vencidos. Aunque nuestro cuerpo está muriéndose, nuestro espíritu va renovándose cada día. Pues nuestras dificultades actuales son pequeñas y no durarán mucho tiempo. Sin embargo, ¡nos producen una gloria que durará para siempre y que es de mucho más peso que las dificultades!”[3]
Al llegar al Nuevo Año optemos por la vida, por ser, aunque la carne “la vieja carne al fin” sienta su desgaste. Hay un ser interior que se renueva y que tiene como esperanza el venidero Reino de Dios.

Alberto F. Roldán
Ramos Mejía, 31 de diciembre de 2013




[1] Paul Ricoeur, La memoria, la historia y el olvido, trad. Agustín Neira, Buenos Aires: FCE, 2000, p. 62
[2] William Faulkner, Palmeras salvajes, trad. Jorge Luis Borges, Buenos Aires: Sudamericana, 1981, p. 306

[3] 2 Corintios 4.16, 17 NTV.

lunes, 23 de diciembre de 2013

EL ESCÁNDALO DE LA NAVIDAD - Alberto F. Roldán


         





Muchas veces hemos leído artículos sobre “El milagro de la Navidad”, “El mensaje de la Navidad”, “La alegría de la Navidad”. Pero quizás muy pocas veces hemos oído o leído acerca de “El escándalo de la Navidad”. Sin embargo, existe base bíblica y teológica más que suficiente para encarar este costado escandaloso del nacimiento de Jesús. Es lo que intentamos hacer en el presente artículo.
Todos entendemos, desde el testimonio bíblico y, quizás, desde la lógica más elemental, que Dios es espíritu, o sea, una entidad o persona o realidad de orden espiritual. Lo que la Navidad nos dice es que ese Dios que es, ontológicamente, espíritu, decidió hacerse carne en Jesucristo. Estas afirmaciones que sonarían a escándalo para oídos griegos, surgen del prólogo del Evangelio de Juan. En efecto, ese prólogo comienza con la afirmación: “En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios y el Verbo era Dios.” (Jn. 1.1 RV). Juan parece remontarse al Génesis donde se afirma que “En el principio creo Dios los cielos y la tierra” (Gn. 1.1 RV).  Porque, al igual que el primer texto de la Biblia, se refiere al “principio”. Pues, en ese “principio”, en ese “génesis de todas las cosas” ya era el Verbo y el Verbo era con Dios y el Verbo era Dios. ¿Quién es el Verbo?  Se trata de la traducción que Casiodoro de Reina nos legó al verter al castellano el término griego logos por “Verbo”. No se trata del verbo como función gramatical, en cuyo caso Ricardo Arjona tendría razón cuando canta: “Jesús es Verbo no sustantivo”. Sino que se trata del término latino verbum en el sentido de “palabra”.  La secuencia sería: Logos ® Verbum ® Verbo.
Fueron los griegos quienes al observar la regularidad de las estaciones, la secuencia de noche y día, el paso de las horas, entre  otras realidades perceptibles por el humano, pensaron en un logos, “razón”, “pensamiento”, “idea”, “palabra” –que todo lo penetra-  había ordenado este cosmos para fuese cosmos (mundo ordenado) y no caos.
Juan dice que ese Logos existía ya en el comienzo de todas las cosas, que estaba con Dios y que era Dios. Hasta allí, los lectores griegos de San Juan podrían estar de acuerdo con esa afirmación. Pero cuando Juan dice en el versículo 14: “Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”, ya la cosa se complicaba. Porque para los griegos, sobre todo los gnósticos, Dios, que  era espíritu puro, nunca podría tomar contacto con la carne, residencia del mal. El teólogo, William D. Davies lo explica de un modo magnífico:
“«La Palabra se hizo carne.». Esta frase, tan familiar para nosotros, hasta el punto de que ya no provoca comentario alguno, tenía que chocar contra la sensibilidad del mundo culto grecorromano del siglo I. […] La idea misma de la Palabra se había forjado para suprimir el escándalo de la carne. […] La Palabra se hizo carne en Jesús de Nazaret. ¡Pero tal cosa era imposible! Era como afirmar que el aceite y el agua pueden mezclarse o que existe un círculo cuadrado. La sentencia «la Palabra se hizo carne» era, dicho de una vez, una contradicción en sus propios términos. Para el griego o el romano cultos, todo aquello era una locura, un escándalo.”[1]



         Juan está refutando la idea de algunos gnósticos llamados “docetas”, término que viene del griego dokein que significa “parecer”. Por lo tanto, los maestros del docetismo decían que Jesús: “parece que come, parece que camina, parece que está cansado” pero no era realidad sino una pura apariencia. Inclusive, algunos de esos maestros decían que Jesús no dejaba huellas cuando caminaba sobre la arena, ya que su cuerpo tenía “apariencia de humano” pero no lo era una entidad corpórea, sino que solo se parecía a ella. Para que no queden dudas, Juan es rotundo: “El Verbo se hizo carne” (en griego: sarx). Ni siquiera suaviza su lenguaje apelando a algún eufemismo como “se humanizó”, “se hizo como nosotros”, sino que se hizo “carne”, la carne nuestra, “la vieja carne al fin”, diría William Faulkner que, si no existiera, no tendríamos memoria.  
         ¿Cuál es la reflexión teológica que surge de esta escandalosa afirmación de Juan? Entendemos que implica varias cosas. La primera, la encarnación de Dios significa que en Jesucristo, el Verbo encarnado, Dios entra decididamente en la dimensión espacio-temporal, la dimensión propia de lo humano, limitado a tiempo y al espacio. En segundo lugar, que el Verbo se haga carne significa la secularización de Dios. Como dice Gianni Vattimo: “la encarnación de Jesús (la kénõsis, el rebajarse de Dios) es, en sí misma, ante todo, un hecho arquetípico de secularización.”[2] En Jesucristo, Dios se torna vulnerable, pasible del sufrimiento y aún de la muerte, de allí el concepto, una vez más escandaloso, de “El Dios crucificado” del que habló Lutero y que más recientemente explica Jürgen Moltmann en su libro homónimo. Y, en tercer lugar, la encarnación de Dios implica que en Jesucristo la totalidad de lo que somos como humanos, en las dimensiones espirituales, psíquicas, mentales y corporales es redimida en Él. Por eso decimos en el Credo Apostólico: “Creo en la resurrección de la carne”. El estado eterno, que escapa a nuestras capacidades intelectuales, no implica un “flotar” por los siglos de los siglos en el espacio como almas desencarnadas, sino en habitar cielos nuevos y tierra nueva en cuerpos “de resurrección”, de naturaleza distinta a los cuerpos terrenales pero “cuerpos” al fin.
         En esta Navidad implique el encuentro con este Dios escandaloso que, siendo espíritu, se hace carne de nuestra carne para vivir entre nosotros. No en vano se lo llama también: Emanu-el, es decir, Dios con nosotros.

Alberto F. Roldán es doctor en teología (Isedet), Máster en ciencias sociales (Universidad de Quilmes) y, recientemente, Máster en Educación por la Universidad del Salvador con una tesis titulada: “Ética en la praxis educativa desde la hermenéutica de Paul Ricoeur” que obtuvo la máxima calificación del jurado.
Publicado por Ecupres, Prensa Ecuménica: 23 de diciembre de 2013.



[1] William D. Davies, Aproximación al Nuevo Testamento, trad. J. Valiente Malla, Madrid: Cristiandad, 1979, pp. 369-370
[2] Gianni Vattimo, Después de la cristiandad. Por un cristianismo no religioso, trad. Carmen Revilla: Buenos Aires: Paidós, 2004, p. 85

sábado, 7 de diciembre de 2013

MANDELA Y SU APUESTA AL HUMANO - por Anibal Sicardi






Al nacer recibió el gesto profético de su padre. Lo llamóProblemático. Ese es el significado de su nombre original, Rolihlahla, en la lengua de la tribu de Madiba de la cual era líder su progenitor, Henry Mgadla Mandela.
Lo mantuvo al ser bautizado en una Iglesia Metodista. No fue así cuando ingresó en la escuela. Se lo cambiaron por Nelson. El sistema educativo europeo se impuso sobre el primer niño de su clan que participaba de la educación formal.
Accedió a las circunstancias de la vida. Se quedó con ese nombre. Problemático, se acopló a las características asignadas a Nelson. Consistente. Caminante recto. Protector. Amante de lo que afirmaba. Original y cabal en el análisis de la realidad y en el proceder. Gigante para las empresas. Habilidoso para lo nuevo. Renovador para lo viejo. Los Nelson pueden ser aviadores, ingenieros, líderes, entre otras especialidades. Él optó por la de líder.
Los custodios del Apartheid no tuvieron en cuenta el origen de su nombre aunque sabían que eraproblemático. Como tal fue colocado en el grupo más bajo de la clasificación de los prisioneros. Solo podía recibir una visita y una carta cada seis meses. Consistente y original, aprovechó el tiempo de la condena para obtener su licenciatura en Derecho en la Universidad de Londres.
Pimpinela Negro lo llamaban al final de la década del 50 cuando usaba disfraces para no ser descubierto por los espías blancos del Apartheid. A inicios de los años cuarenta, Nelson se unió al Congreso Nacional Africano (CNA). Dentro de este organismo, fundó junto a otros  jóvenes La Liga de la Juventud del CNA. Representaban a los ignorados, como los campesinos y los obreros. Trabajaban contra la abolición de la segregación de los negros.
Utilizaron métodos no convencionales: huelgas; desobediencia civil; no cooperación con los procedimientos parlamentarios de la sociedad blanca. Plantearon reformas en la educación; salud pública; redistribución de las tierras; derechos sindicales.
Madiba, llamado con ese apodo por las personas que lo apreciaban, fundó el bufete de abogados Mandela & Tambo que brindaba asesoría gratuita a los negros que necesitaban representación legal.
En 1961, después de la masacre de Sharpeville, empezó a creer que la lucha armada era la única manera de lograr el cambio. Es así que conforma el comando Umkhonto we Sizwe, también conocido como MK, una rama armada del CNA. encarcelado por segunda vez en 1962.
En sus 27 años de preso pasó por distintas etapas. Cultivó una huerta. También un jardín. Y se adentró en su niñez, en los recuerdos sobre su madre metodista. En “Larga marcha hacia la libertad”, Mandela testifica que jamás olvidó esa herencia recibida de su madre y de la Iglesia a la que pertenecía. Así como que la fe cristiana y la ética social metodista influyeron profundamente sobre él. Él mismo reitera que estudió en un colegio metodista y que conservó los más gratos recuerdos de esa comunidad y de su pastor.
Repasa su trayectoria activista. Se encuentra consigo mismo. Localiza su humanidad. Pimpinela dejó de serle útil. No más caretas. Entonces fue Rolihlahla y Nelson. El Problemático y el Gigante de una gran empresa. Amó el universo humano. Se jugó por su ideal.
“Yo no tenía una creencia específica, excepto que nuestra causa era justa, era muy fuerte y que estaba ganando cada vez más y más apoyo”, se hizo cargo del programa que estaba trazado para él. Responsable de sí mismo. Descubrió el universo de la humanidad. La infinita amplitud de la humanidad.
También registró el pasado: “Mucha gente en este país ha pagado un precio antes de mí”. Visualizó el futuro: “Muchos pagarán el precio después de mí”. Clarividente sobre su interioridad: “Si yo tuviera el tiempo en mis manos haría lo mismo otra vez”. No se creía superior a otro: “Lo mismo que haría cualquier hombre que se atreva a llamarse a sí mismo un hombre”.
Desde su humanidad percibió la sociedad. El odio se aprende: “Si se aprende a odiar, también puede enseñarse a amar”; “El amor llega más naturalmente al corazón humano del contrario”; “Se trata de persuadir, no de vencer”. Enseñaba a sus compatriotas que “La raíz de todos nuestros problemas se encuentra en nuestro interior”.
Luchador por la paz. Icono contra al racismo. Paladín de la libertad. Docenas de justas adjetivaciones resuenan sobre Rolihlahl, el Problemático, Nelson el Protector. También peligrosos epitafios.
Mandela es un combo. Parcializarlo es minimizarlo, transfigurarlo, esconder su universo humano, tirar por la borda la perla de gran precio, ocultar el tesoro que Dios, la historia, nos regaló.
El legado de Mandela es apostar al humano. No es azaroso que estemos en el mes donde no pocos recordamos que Dios se hizo humano. Es la desafiante buena nueva para todos y todas.+ (PE)
(*) Periodista, director fundador de Agencia de Noticias Prensa Ecuménica Ecupres, Pastor de la Iglesia Metodista Central Bahía Blanca. 
Fuente: Ecupres 6 de diciembre de 2013




martes, 26 de noviembre de 2013

TE BUSCA Y TE NOMBRA - Por Osvaldo Mottesi







TE BUSCA Y TE NOMBRA: DIOS EN LA NARRATIVA ARGENTINA                  
Una reseña no literaria de un libro revelador                                                                                        Osvaldo l. Mottesi

Un buen amigo, el Dr. Alberto Roldán, es uno de los escritores actuales más polifacéticos que conozco en círculos cristianos. Teólogo por vocación y profesión, ha publicado ya más de 25 títulos, la mayoría en un área tan interdisciplinaria como debe ser toda buena teología orgánica, casada con la vida. Pero si investigamos en su bibliografía, que lamentablemente Alberto difunde muy poco, encontramos trabajos más que interesantes. Uno de los últimos, cuya copia autografiada me regaló en ocasión de nuestro reciente encuentro de trabajo en La Habana, Cuba, es: Te busca y te nombra. Dios en la narrativa argentina. Mar del Plata: Editorial Pronombre, 2011, 189 págs.
El libro es una joya en todas sus dimensiones. Para comenzar, es el primer tratado sobre la materia –la teología, como búsqueda de Dios, en la literatura argentina. Aunque como el mismo autor y su prologuista lo destacan, hay otros trabajos anteriores sobre teología y literatura, pero no uno como éste dedicado exclusivamente a los escritores de mi patria. El contenido, del cual solo haremos dos menciones particulares, es uno de los análisis teológicos de literatura contemporánea más lúcidos que he tenido el gusto de leer. El prólogo “Un itinerario  espiritual de la literatura argentina” es una presentación justa y rica en detalles de la pluma de Leopoldo Cervantes-Ortiz. La calidad de la publicación, a cargo de Pronombre, una editorial joven, es otro logro que invita, en esta época de pantallas electrónicas frías e impersonales, a gozar lo que diría Mario Vargas Llosa: “me causa trabajo imaginar que las tabletas electrónicas, idénticas, anodinas, intercambiables, funcionales a más no poder, puedan despertar ese placer táctil preñado de sensualidad que despiertan los libros de papel en ciertos lectores”[1]. En fin, Roldán y Pronombre nos han entregado una obra maestra para gozar el  “hedonismo escondido” en quienes amamos la lectura.
Roldán ha seleccionado lo mejor de la literatura argentina para su análisis. La misma, que como toda selección carga la impronta de quien selecciona, es justa. Y esto es su mayor logro. Para destacar lo realmente mejor, el autor se ha preocupado y ocupado en considerar la producción de quienes, a pesar de su valor,  por razones muy disímiles han sido y son ignorados o poco reconocidos. En esto, la labor de Roldán es reveladora, de implícita pero clara denuncia profética y -a la vez- de rescate de lo que las injusticias de la historia siempre producen: el ignorar genialidades humanas, permitiendo el reinado de “doña mediocridad”, mientras en el decir cantor de Enrique Santos Discépolo, “vemos llorar la Biblia junto a un calefón”.
Personalmente amo la buena literatura, pero no me considero experto en este campo, particularmente en el nivel del autor y el prologuista de la obra. ¡Zapatero, a tus zapatos! Por eso, sin entrar a analizar lo ya analizado por Roldán, iré solo a dos casos específicos que deseamos destacar, en cuanto a la mencionada labor reveladora y de rescate del autor, nada más. Y lo hacemos como quien en la misma época y contexto de los escritores en cuestión, se sintió también -en plena juventud- entre los desplazados por los poderes de turno, primero como estudiante de sociología, más tarde como pastor. Este sentido de identificación nos lleva a compartir estas notas. Después de todo, tanto la teología como la literatura son en buena parte biografía.
El capítulo 1 se dedica a Héctor Alberto Álvarez, más conocido literariamente como Héctor Álvarez Murena (1923-1975), de quien Roldán comienza afirmando: “fue una especie de voz solitaria, acaso un profeta con poca repercusión para su época”.[2] Y es verdad. Como inmediatamente lo explica y documenta el autor, a Murena lo condenó al ostracismo la ignorante administración del poder de su época. La influencia que Gino Germani ejerció en el ámbito de la Universidad de Buenos Aires entre 1955 a 1966, cuando dirigía colecciones de libros de la editorial de esa institución: EUDEBA, y difundía las corrientes funcionalistas de la sociología, ignorando las voces de la sociología crítica en aquellos tiempos. Ocurre que Murena era discípulo dilecto del gran Ezequiel Martínez Estrada, simpatizante inicial de la revolución cubana, de la cual más tarde se desilusionó. Posiblemente por eso Germani -según sus propias palabras- no había encontrado literariamente en Martínez Estrada “nada rescatable”. [3]
Aparentemente Martínez Estrada (1895-1964), el gran santafecino, profesor extraordinario de universidades en Argentina y México, director del Centro de Estudios Latinoamericanos de la Casa de las Américas en La Habana, Cuba (1960-62), escritor, poeta, ensayista, crítico literario y biógrafo, con una profusa y polifacética producción, quien recibió dos veces el Premio Nacional de Literatura, por su obra poética en 1933 y por el ensayo "Radiografía de la Pampa" en 1937, quien además fue honrado dos veces como presidente de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE) (1933-193 y 1942 a 1946), y presidente de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre (1957), que también fue postulado por la misma SADE al Premio Nobel de la Paz, no tenía “¡nada rescatable!” para ser publicado. Con este epitafio el entonces influyente sociólogo metido a literato, sepultó de una vez al maestro Estrada y a su brillante discípulo Murena. Roldán, al comienzo de su análisis afirma, : “Murena nos interesa sobremanera por ser -de algún modo- una voz silenciada en su tiempo, acaso porque era algo disonante con las melodías culturales que se oían por entonces en los ámbitos académicos de Buenos Aires”.[4]
El capítulo 3 lo dedica Roldán a Leopoldo Marechal con el subtítulo: “De Adán Buenosayres a El Banquete de Severo Arcángelo”. Y es aquí donde Roldán logra el clímax de su tarea, muy cristiana por justa, de rescate.  En su introducción “De la literatura a la teología. Viaje de ida y vuelta”, explica el porqué de su escogencia: “… analizo dos novelas de Leopoldo Marechal, uno de los más grandes poetas porteños. Acaso se lo ignora en algunos ámbitos por haber cometido dos pecados, uno ideológico: en 1948 adhirió al peronismo y otro religioso: en 1960 se asoció con la iglesia evangélica”.[5] Ya en el capítulo 3, el autor vuelve a reiterar “los dos pecados” de Marechal, “… un dato poco conocido y menos difundido. En rigor, se trata de dos datos de la vida de nuestro autor, uno, político, el otro, religioso. En lo político, Leopoldo Marechal adhirió al peronismo, cosa impensable en los autores de la época que, en su mayoría, militaron en filas contrarias a ese movimiento. El segundo dato, el religioso, es que Leopoldo Marechal y su esposa se asociaron a una iglesia evangélica Pentecostal ubicada en Ciudadela Norte”. [6] Roldán documenta este hecho citando publicaciones, entre otras una del destacado historiador evangélico argentino Arnoldo Canclini, a quien cita afirmando sobre Marechal: “Participó del trabajo de la congregación, dando clases en la escuela dominical. A partir de 1963 se dedicó a reuniones en su casa en la calle México (sic), en Buenos Aires. Mantuvo su fe hasta su muerte en 1970”.[7]
En su mismo obra Canclini al referirse a la muerte de Marechal destaca -como también lo cita Roldán- que en la nota necrológica publicada por el diario argentino Clarín, periódico que nunca se destacó por simpatías hacia las iglesias evangélicas, se publicó el testimonio personal del gran escritor: “Dentro de mi obra se ve muy claramente mi aceptación de Cristo como mi único y suficiente salvador y las palabras del evangelio que leo contantemente y que propongo a todos mis amigos, hasta los marxistas, como la única solución para re-solver  los problemas humanos”.[8]
Desde que lo tuve por primera vez en mis manos, este libro me impactó. Fue sin duda por su título. Alberto lo descubrió en el momento de entregármelo y lo registra al dedicarlo con su criptografía apurada: “Para mi amigo Osvaldo, un pensador orgánico que comparte la misma pasión por la teología y el tango”. Por eso, una palabra sobre el título del libro. Roldán me confesó en La Habana que le surgió de pronto, cuando canturreaba un tango mientras conducía por esa jungla de tráfico que es Buenos Aires. Pero mejor que nos lo cuente él mismo: “Una breve explicación del título: Te busca y te nombra. Obviamente, procede del inmortal tango Volver, de Carlos Gardel y Alfredo Le Pera, que data de 1934. El uso de esta expresión obedece, por un lado a mi gran afición por el tango -soy porteño- y, además, porque al fin y al cabo Dios busca a la persona humana y ésta busca a Dios, aunque a veces lo haga “errante en la sombra”. [9]
Cierro este intento de reseña no literaria con una expresión de gratitud a Alberto F. Roldán, por la calidad de su trabajo. Este no sólo expresa su conocimiento vasto y profundo de la literatura argentina y el “instinto teológico” que manifiesta en sus análisis. Está también la calidad ética de la denuncia y el rescate. Es decir, el “hacer justicia”, que según Miqueas, es conocer a Dios. ¡Gracias Alberto!










[1] Mario Vargas Llosa. La civilización del espectáculo. México: Alfaguara, 2012. 228 págs.
[2]  Alberto Roldán, Op. cit., p. 39.
[3]   Introducción a Héctor Murena. Visiones de Babel. México: Fondo de Cultura Económica, 2008,
    p.8, citado en Alberto Roldán, Op. Cit., p.55.
[4]  Ibid. p. 42.
[5]   Ibid. pp. 28-29. Quien esto escribe nunca simpatizó con el peronismo. Tan sólo cree en la libertad
   de conciencia.
[6]  Ibid.,  pp. 83-84.
[7] Arnoldo Canclini. 400 años de protestantismo evangélico. Buenos Aires: FADEAC-FIET, 2004.  
   p. 450, citado en Alberto Roldán, Op. Cit. p. 84.

[8]  Ibid. p. 97.
[9]  Ibid. p. 30.

martes, 19 de noviembre de 2013

LOS PECADOS DE CARLOS MONSIVÁIS - por ELENA PONIATOWSKA



Elena Poniatowska ha reunido sus entrevistas en varios volúmenes que, con justicia, llevan el título de Todo México. Ahora, encara a un evangelista de la ficción, Carlos Monsiváis, autor de Nuevo catecismo para indios remisos, crónicas del virreinato light y fábulas profano-religiosas que logran la feliz paradoja de ser “ferozmente anacrónicas, como todo lo reciente”.
Para la Santa Curia, Carlos Monsiváis debe ser algo así como la encarnación del demonio. “¡Vade retro Satanás!”, exclaman ante la sola mención de su nombre y los creyentes se acusan en el confesionario de la lectura de Por mi madre, bohemios como pecado mortal.

Hablo con Carlos de Dios, del Diablo y de su forma de practicar la religión a raíz de su más reciente novedad literaria. El Nuevo catecismo para indios remisos apareció en las librerías un poco antes de la Navidad de 1996 y muchos lo compraron para llevárselo a misa de gallo, pero luego, tan sólo con abrirlo en las páginas centrales, se dieron cuenta de que era más apropiado para misas negras, aquelarres y halloweens en que el invitado de honor es el macho cabrío, la damas presentes Cruela de Vil, Morticia, la madrastra de Blancanieves, Hermelinda Linda y La Paca, y los caballeros son Frankenstein, Drácula, El Tío Cosa y Roberto Madrazo Pintado, que es el que más espanta y a quien Jesusa Rodríguez llama de cariño “El Moretón”.
La primera edición del Nuevo catecismo para indios remisos, con láminas de Francisco Toledo, la hizo Siglo XXI en 1982; la segunda fue la Galería Arvil, y esta tercera, ilustrada y revisada, es una obra maestra al cuidado de Vicente Rojo que publica Era. Niño catedrático, niño sabelotodo, Monsiváis, antes que ratón de biblioteca (de la suya propia, que es vastísima) fue un niño marcado profundamente por Martín Lutero y Juan Huss. La religión que le inculcó su madre, doña Esther Monsiváis —a quien quise muchísimo, fue el protestantismo. Aunque nadie como él está más lejos de ser un fanático religioso.
¿Cuál fue tu catecismo de niño?
―De niño no tuve catecismo por no ser católica mi formación. En todo caso, habré leído alguno de esos catecismos de la Historia Patria que abundaban en las librerías de viejo. Seguramente leí resúmenes de Guillermo Prieto, y en la secundaria intenté leer el de Roa Bárcena y fracasé. Ya en preparatoria leí, no sin morbo, el del Padre Ripalda.
¿Por qué fracasaste en ese aprendizaje de los catecismos?
Porque disponía de un gran equivalente, que rehúye la idea misma de catecismo, La Biblia, leída con cierta perseverancia desde que me acuerdo. Y porque había leído novelas de la formación ejemplar, The Pilgrim’s Progress (El progreso del peregrino), de John Bunyan, 87
muy importante para mí. Pero exagero. Resumiendo, la Biblia fue la madre de todos los catecismos para mí, y el antídoto.
¿Es cierto que para ti saberte los versículos de la Biblia de memoria y recitarlos era un deporte?
No sé si exactamente un deporte, pero sí desde luego un gimnasio de la memoria. Me acuerdo perfectamente del terror cósmico que me invadió al leer en Tom Sawyer —estaría en quinto o sexto de primaria—, el episodio donde uno de los niños de la Sunday School se queda idiota luego de aprenderse cinco mil versículos de la Biblia.
¿No te hizo mucha gracia?
Sí, pero al mismo tiempo me resultaba admonitorio.
¿Era entonces tu único deporte?
No, nadaba y practicaba el atletismo por motivos seguramente derivados de las mÁximas de Benjamin Franklin. Pero la memorización me divertía, al ser un entrenamiento trasladable al plano escolar. Aún retengo muchísimos versículos de memoria y eso, en mi caso, es parte de la formación literaria; una parte estricta, porque la versión de Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera es soberbia. El Nuevo catecismo viene de allí directamente, toda proporción guardada.
Bueno, ¿cuál consideras el mejor catecismo?
No se necesita mucha audacia para descreer de los catecismos, Elena. Por eso nunca leí Categorías del Materialismo Dialéctico de Martha Harnecker; por eso la idea de ―No hay más ruta que la nuestra‖ siempre me pareció alucinante; por eso mi noción del ridículo se concreta en panfletos tipo Carlos Cuauhtémoc Sánchez o en las defensas a ultranza del mercado libre.
Háblame de tu libro.
Francisco Toledo, hombre de curiosidad inagotable, descubrió en Oaxaca un Catecismo para indios remisos, es decir, para indios renuentes a ―la verdadera religión‖, como se decía entonces. Armando Colina y Víctor Acuña compraron un juego de grabados del siglo XVIII y se lo dieron, y Toledo decidió trabajar estos temas religiosos, uniéndolos a su mitología juchiteca y poniéndole como título Nuevo catecismo para indios remisos. Me pidió nueve textos y acercándome a lo que creí el espíritu de los grabados, los hice, pero luego ya absolutamente contaminado añadí tres textos, y en una siguiente edición agregué otros diez. Y luego reescribí.
Oye Carlos, ¿y tú crees en los milagros?
De una manera sentimental, sí. Desde luego, me conmueven El milagro de Milán, la película de Vittorio de Sica, o El milagro en la calle 34, sobre la gran tienda y el verdadero Santa Claus que trabaja allí de ―Santaclós‖. Me conmueve de modo distinto Teorema de Pasolini, en última instancia el relato de un milagro libidinoso con todo y levitación. En el orden de la ficción sí creo en los milagros, y extiendo esa convicción a las creaciones del espíritu colectivo, que parecen milagrosas‖. 88
¿Te consideras un hombre religioso?
¿Qué te digo? Ni doctrinaria ni programáticamente religioso, pero en mis vínculos con la idea de justicia social, en mi apreciación de la música y de la literatura, y en mis reacciones ante la intolerancia, supongo que hay un fondo religioso. Ahora, tampoco me gusta describirme como una persona religiosa, porque la mayor parte de las veces se asocia lo religioso con el cumplimiento de una doctrina muy específica y no es mi caso, pero si lo religioso se extiende y tiene que ver con una visión del mundo, con los deberes sociales, con el sentido de trascendencia, pues sí sería religioso... Ahora que te lo dije me sentí en falta, porque ya lo que sigue es mi autocandidatura a la canonización y allí sí me detengo.
¿Nuevo catecismo para indios remisos es un libro de ficción?
Sí. Es un intento de glosar, de llevar a su consecuencia extrema la lógica de las supersticiones. En la Nueva España, por el modo en que se implantó la fe y por esa lenta asimilación de una creencia nueva en un medio tan salvajemente sometido, se produjo una cantidad enorme de supercherías, en sí mismas manicomiales. Y me atrajo la idea de llevar a sus consecuencias a fin de cuentas previsibles lo ya concebido desde la más vigorosa fantasía. Sé que es imposible contender con la fantasía desprendida de las creencias religiosas o equipararse a ella, pero el intento me absorbió un tiempo.
¿Será este tu único libro de ficción?
No tengo idea. Apenas ahora estoy aprendiendo a domesticar mis fervores pararreligiosos.
¿Tú piensas que México es un país de remisos?
No sólo yo lo pienso, con otro énfasis también lo piensan los obispos, que consideran a México un país de analfabetismo religioso y ateísmo funcional. Pero en lo tocante a remiso, en el sentido de renuente... hay una renuencia a considerar ―humanizable‖ la política, hay una renuencia gubernamental a aceptar la democracia, hay renuencia de muchos sectores a aceptar formas de convivencia civilizada. Es un país que se ha ido armando en el juego de las renuencias y en los enfrentamientos entre lo impune y lo civilizado.
¿Qué opinas de las demandas cada vez más agresivas de la Iglesia católica, que ahora participa abiertamente en política?
Es importante que los sacerdotes, los obispos, los cardenales, den su punto de vista sobre lo que está pasando. Diversifica, matiza el panorama y están en su pleno derecho. Ahora bien, lo que dicen la mayor parte de las veces me resulta triste por los conocimientos políticos que exhiben, y por el proyecto de avasallamiento. No acepto, desde luego, la pretensión de la educación religiosa en las escuelas públicas, somos una sociedad laica y debemos seguir siéndolo. No acepto su oposición tajante, cada vez más vigorosa, al control natal que ahora llaman ―supresión natal‖, porque entre los requisitos de la sobrevivencia nacional incluyo al control demográfico, y oponerse a éste en nombre de una justicia inmanente que le dará de comer a todos los niños que nazcan y les permitirá educación, desarrollo y posibilidades de empleo, es simplemente un disparate. No acepto los sojuzgamientos del cuerpo y apoyo la despenalización del aborto y las grandes campañas preventivas en el caso del SIDA y del uso del condón, y también estoy a favor de eliminar las presiones psicológicas, culturales y moraloides en contra de las minorías que legítimamente ejercen su derecho.
Extracto de una entrevista publicada por La Jornada Semanal, 23 de febrero de 1997
Incluimos esta entrevista como un doble homenaje: a Elena Poniatowska que hoy fue galardonada con el premio Cervantes y a Carlos Monsiváis, el gran escritor mexicano de origen protestante.
Ramos Mejía, 19 de noviembre de 2013


miércoles, 30 de octubre de 2013

LA LIBERTAD CRISTIANA – Martín Lutero







El 31 de octubre de 1517 el monje agustino Martín Lutero clavaba las 95 tesis en Wittenberg, dando así comienzo a la Reforma Protestante. Como explica el teólogo Rodolfo Obermüller: “El texto fue impreso en latín para ser clavado en el pizarrón de la Universidad de Wittenberg, y para ser enviado a un número pequeño de interesados, entre otros el arzobispo.” Pero la difusión fue tan grande, que el propio Lutero se asombró de que las tesis se hubieran conocido en varias ciudades de Europa, ya que muchas personas copiaron el texto y lo difundieron.
La Reforma Protestante fue el resultado de muchos factores: políticos, económicos, culturales y, naturalmente, religiosos. En este último ámbito, era evidente que la Iglesia católica romana de entonces había caído en una etapa de corrupción generalizada y  necesitaba una reforma.
Las banderas de la Reforma Protestante fueron:
Sola Scriptura
Sola fide
Sola gracia
Solo Cristo
En esta nueva celebración, compartimos algunos párrafos de uno de los libros más enérgicos y claros que salieron de la pluma de Lutero: La libertad cristiana.
“A fin de que conozcamos a fondo lo que es el cristiano y sepamos en qué consiste la libertad que para él adquirió Cristo y de la cual le ha hecho donación –como tantas veces repite el apóstol Pablo- quisiera asentar estas dos afirmaciones:
“El cristiano es libre señor de todas las cosas y no está sujeto a nadie. El cristiano es servidor de todas las cosas y está supeditado a todos.(…)”
“En esto consiste la libertad cristiana: en la fe única que no nos convierte en ociosos o malhechores, sino antes viene en hombres que no necesitan obra alguna para obtener la justificación y salvación.”

“Se deduce de todo lo dicho que el cristiano no vive en sí mismo, sino en Cristo y el prójimo; en Cristo por la fe, en el prójimo por el amor. Por la fe sale el cristiano de sí mismo y va a Dios; de Dios desciende el cristiano al prójimo por el amor. Pero siempre permanece en Dios y en el amor divino, como Cristo dice; ‘De aquí en adelante veréis el cielo abierto, y a los ángeles que suben y descienden sobre el Hijo del Hombre’. He aquí la libertad verdadera, espiritual y cristiana que libra al corazón de todo pecado, mandamiento y ley; la libertad que supera a toda otra como los cielos superan la tierra: ¡Quiera Dios hacernos comprender esa libertad y que la conservemos! Amén.”
Que este día: 31 de octubre de 2013, un nuevo aniversario de La Reforma Protestante, que cambió no sólo al cristianismo sino también influyó en el mundo entero, nos haga a los protestantes y evangélicos, fieles al Evangelio de la gracia de Dios, no de las obras y nos impulse a lo que dice San Pablo: “Cristo nos libertó para que vivamos en libertad. Por lo tanto, manténganse firmes y no se sometan nuevamente al yugo de esclavitud.” (Gálatas 5.1, NVI). Porque una de las virtudes más importantes que nos da el Evangelio es la libertad. Curiosamente o no, es una de las virtudes de la que menos se habla en la mayoría de ámbitos evangélicos hoy. ¡Celebremos, enseñemos y vivamos la libertad que Cristo nos ha dado sólo por la fe!


Alberto F. Roldán

Ramos Mejía, 31 de octubre de 2013

domingo, 27 de octubre de 2013

El Padre nuestro de pan




  
   Padre nuestro, padre ambiguo
de los milagros eternos
que admiramos los modernos
por tu gran prestigio antiguo.
   Si junto a la fuente pasa
la ninfa, hay en su blancura
lo que inspira, lo que dura,
lo que aroma y lo que abrasa.
   Pues al ver la viva flor,
o la estatua que se mueve,
hecha de rosa o de nieve,
nos toma el alma el amor.
   Pan nuestro que estás en la tierra,
porque el universo se asombre,
glorificado sea tu nombre
por todo lo que en él encierra.
   Vuélvanos tu reino de fiesta
en que tú aparezcas y cantes
con los tropeles de bacantes
maravillando la floresta.
   Hunde, siempre violento y vivo,
y por tus ímpetus agrestes,
en el cielo cuernos celestes
y  en la tierra patas de chivo.
  Danos ritmo, medida y pauta
al amor de tu melodía,
y que haya, al amor de tu flauta,
amor nuestro de cada día.
   Deudas que el alma amando trunca
están en tu disposición,
y no le concedas perdón
a aquel que no haya amado nunca.


Rubén Darío, poeta nicaragüense, representante del modernismo en la literatura castellana. 

miércoles, 16 de octubre de 2013

LA PESADILLA HITLER: HISTORIA Y FICCIÓN - Alberto F. Roldán






Dos hechos, uno desde la historia y otro desde la ficción, convergen en estos días en la Argentina. Uno, es la muerte del genocida Erich Priebke, hecho ocurrido en Roma, al cumplir los cien años de vida. En su foja de servicios, figura la matanza de más de trescientos niños y adultos en las Fosas Ardeatinas, asistiendo a Herbert Kapler. En 1946 Priebke huyó a la Argentina con documentos falsos que obtuvo en Roma. Estuvo poco tiempo en Buenos Aires, porque luego se radicó por muchos años en San Carlos de Bariloche. Recién fue descubierto en 1994. Italia pidió su extradición, a la cual accedió el gobierno argentino en 1995.
Ahora que Priebke ha muerto, la estela de mal que deja su figura -“la banalidad del mal” diría Hannah Arendt en célebre y enigmática expresión- es de tal magnitud que nadie quiere sus restos mortales. El gobierno argentino ha rechazado toda posibilidad de que sea enterrado en Bariloche junto a la tumba de su mujer. Una nota periodística de hoy dice que “el criminal nazi Erich Priebke, cuyo funeral fue anulado por disturbios y protestas, se convirtió este miércoles en un cadáver incómodo para Italia, que debate sobre qué hacer con sus restos mortales.” Como puede percibirse, un criminal de esta calaña no puede descansar en paz.
Por otro lado, hace unas semanas se estrenó en la Argentina la película Wakolda, que narra la vida de otro nazi célebre: Josef Menguele. El film, dirigido por Lucía Puenzo, basado en la novela homónima de su propia autoría, narra la presencia del famoso médico nazi en Bariloche. Escenificada en los años 1960, el centro de la narrativa es una familia protagonizada por Natalia Oreiro y Diego Peretti, que tiene una niña de unos doce años con problemas de crecimiento. Menguele –encarnado por el actor Alex Brendemühl- se gana el favor de la niña para hacer experimentos en ella tendientes a favorecer su crecimiento. Finalmente Menguele es descubierto pero logra escapar con pasaporte falso. El llamado “ángel de la muerte” fue famoso por sus experimentos en seres humanos a los cuales, inclusive, les sacaba los ojos. Se cuenta que cuando los trenes llegaban con judíos hacia el campo de concentración de Auschwitz, él los aguardaba en el andén para seleccionar a los que consideraba “los más aptos”. A todas luces, quería comprobar, fácticamente, aquello de la  “raza superior aria” tesis central del nazismo.
Como podemos observar, tanto desde la historia como hecho real –la muerte de Priebke- como desde la ficción, la película Wakolda, el nazismo siempre está presente en la memoria. Se trata de la pesadilla Hitler, cuya presencia nefasta no podemos olvidar ni eludir. Y está bien. Debe ser así. Porque, como dice León Giecco:
“Todo está guardado en la memoria,
Sueño de la vida y de la historia.”
Por eso: bienvenidas sean las ficciones que nos permiten rememorar la historia. Porque ante la pesadilla Hitler, sólo nos cabe mantener una memoria colectiva viva y alerta para que nunca más se repita en el presente y el futuro de la humanidad.


Doctor en teología. Máster en ciencias sociales y máster en educación. Director de Teología y cultura: www.teologos.com.ar