miércoles, 30 de octubre de 2013

LA LIBERTAD CRISTIANA – Martín Lutero







El 31 de octubre de 1517 el monje agustino Martín Lutero clavaba las 95 tesis en Wittenberg, dando así comienzo a la Reforma Protestante. Como explica el teólogo Rodolfo Obermüller: “El texto fue impreso en latín para ser clavado en el pizarrón de la Universidad de Wittenberg, y para ser enviado a un número pequeño de interesados, entre otros el arzobispo.” Pero la difusión fue tan grande, que el propio Lutero se asombró de que las tesis se hubieran conocido en varias ciudades de Europa, ya que muchas personas copiaron el texto y lo difundieron.
La Reforma Protestante fue el resultado de muchos factores: políticos, económicos, culturales y, naturalmente, religiosos. En este último ámbito, era evidente que la Iglesia católica romana de entonces había caído en una etapa de corrupción generalizada y  necesitaba una reforma.
Las banderas de la Reforma Protestante fueron:
Sola Scriptura
Sola fide
Sola gracia
Solo Cristo
En esta nueva celebración, compartimos algunos párrafos de uno de los libros más enérgicos y claros que salieron de la pluma de Lutero: La libertad cristiana.
“A fin de que conozcamos a fondo lo que es el cristiano y sepamos en qué consiste la libertad que para él adquirió Cristo y de la cual le ha hecho donación –como tantas veces repite el apóstol Pablo- quisiera asentar estas dos afirmaciones:
“El cristiano es libre señor de todas las cosas y no está sujeto a nadie. El cristiano es servidor de todas las cosas y está supeditado a todos.(…)”
“En esto consiste la libertad cristiana: en la fe única que no nos convierte en ociosos o malhechores, sino antes viene en hombres que no necesitan obra alguna para obtener la justificación y salvación.”

“Se deduce de todo lo dicho que el cristiano no vive en sí mismo, sino en Cristo y el prójimo; en Cristo por la fe, en el prójimo por el amor. Por la fe sale el cristiano de sí mismo y va a Dios; de Dios desciende el cristiano al prójimo por el amor. Pero siempre permanece en Dios y en el amor divino, como Cristo dice; ‘De aquí en adelante veréis el cielo abierto, y a los ángeles que suben y descienden sobre el Hijo del Hombre’. He aquí la libertad verdadera, espiritual y cristiana que libra al corazón de todo pecado, mandamiento y ley; la libertad que supera a toda otra como los cielos superan la tierra: ¡Quiera Dios hacernos comprender esa libertad y que la conservemos! Amén.”
Que este día: 31 de octubre de 2013, un nuevo aniversario de La Reforma Protestante, que cambió no sólo al cristianismo sino también influyó en el mundo entero, nos haga a los protestantes y evangélicos, fieles al Evangelio de la gracia de Dios, no de las obras y nos impulse a lo que dice San Pablo: “Cristo nos libertó para que vivamos en libertad. Por lo tanto, manténganse firmes y no se sometan nuevamente al yugo de esclavitud.” (Gálatas 5.1, NVI). Porque una de las virtudes más importantes que nos da el Evangelio es la libertad. Curiosamente o no, es una de las virtudes de la que menos se habla en la mayoría de ámbitos evangélicos hoy. ¡Celebremos, enseñemos y vivamos la libertad que Cristo nos ha dado sólo por la fe!


Alberto F. Roldán

Ramos Mejía, 31 de octubre de 2013

domingo, 27 de octubre de 2013

El Padre nuestro de pan




  
   Padre nuestro, padre ambiguo
de los milagros eternos
que admiramos los modernos
por tu gran prestigio antiguo.
   Si junto a la fuente pasa
la ninfa, hay en su blancura
lo que inspira, lo que dura,
lo que aroma y lo que abrasa.
   Pues al ver la viva flor,
o la estatua que se mueve,
hecha de rosa o de nieve,
nos toma el alma el amor.
   Pan nuestro que estás en la tierra,
porque el universo se asombre,
glorificado sea tu nombre
por todo lo que en él encierra.
   Vuélvanos tu reino de fiesta
en que tú aparezcas y cantes
con los tropeles de bacantes
maravillando la floresta.
   Hunde, siempre violento y vivo,
y por tus ímpetus agrestes,
en el cielo cuernos celestes
y  en la tierra patas de chivo.
  Danos ritmo, medida y pauta
al amor de tu melodía,
y que haya, al amor de tu flauta,
amor nuestro de cada día.
   Deudas que el alma amando trunca
están en tu disposición,
y no le concedas perdón
a aquel que no haya amado nunca.


Rubén Darío, poeta nicaragüense, representante del modernismo en la literatura castellana. 

miércoles, 16 de octubre de 2013

LA PESADILLA HITLER: HISTORIA Y FICCIÓN - Alberto F. Roldán






Dos hechos, uno desde la historia y otro desde la ficción, convergen en estos días en la Argentina. Uno, es la muerte del genocida Erich Priebke, hecho ocurrido en Roma, al cumplir los cien años de vida. En su foja de servicios, figura la matanza de más de trescientos niños y adultos en las Fosas Ardeatinas, asistiendo a Herbert Kapler. En 1946 Priebke huyó a la Argentina con documentos falsos que obtuvo en Roma. Estuvo poco tiempo en Buenos Aires, porque luego se radicó por muchos años en San Carlos de Bariloche. Recién fue descubierto en 1994. Italia pidió su extradición, a la cual accedió el gobierno argentino en 1995.
Ahora que Priebke ha muerto, la estela de mal que deja su figura -“la banalidad del mal” diría Hannah Arendt en célebre y enigmática expresión- es de tal magnitud que nadie quiere sus restos mortales. El gobierno argentino ha rechazado toda posibilidad de que sea enterrado en Bariloche junto a la tumba de su mujer. Una nota periodística de hoy dice que “el criminal nazi Erich Priebke, cuyo funeral fue anulado por disturbios y protestas, se convirtió este miércoles en un cadáver incómodo para Italia, que debate sobre qué hacer con sus restos mortales.” Como puede percibirse, un criminal de esta calaña no puede descansar en paz.
Por otro lado, hace unas semanas se estrenó en la Argentina la película Wakolda, que narra la vida de otro nazi célebre: Josef Menguele. El film, dirigido por Lucía Puenzo, basado en la novela homónima de su propia autoría, narra la presencia del famoso médico nazi en Bariloche. Escenificada en los años 1960, el centro de la narrativa es una familia protagonizada por Natalia Oreiro y Diego Peretti, que tiene una niña de unos doce años con problemas de crecimiento. Menguele –encarnado por el actor Alex Brendemühl- se gana el favor de la niña para hacer experimentos en ella tendientes a favorecer su crecimiento. Finalmente Menguele es descubierto pero logra escapar con pasaporte falso. El llamado “ángel de la muerte” fue famoso por sus experimentos en seres humanos a los cuales, inclusive, les sacaba los ojos. Se cuenta que cuando los trenes llegaban con judíos hacia el campo de concentración de Auschwitz, él los aguardaba en el andén para seleccionar a los que consideraba “los más aptos”. A todas luces, quería comprobar, fácticamente, aquello de la  “raza superior aria” tesis central del nazismo.
Como podemos observar, tanto desde la historia como hecho real –la muerte de Priebke- como desde la ficción, la película Wakolda, el nazismo siempre está presente en la memoria. Se trata de la pesadilla Hitler, cuya presencia nefasta no podemos olvidar ni eludir. Y está bien. Debe ser así. Porque, como dice León Giecco:
“Todo está guardado en la memoria,
Sueño de la vida y de la historia.”
Por eso: bienvenidas sean las ficciones que nos permiten rememorar la historia. Porque ante la pesadilla Hitler, sólo nos cabe mantener una memoria colectiva viva y alerta para que nunca más se repita en el presente y el futuro de la humanidad.


Doctor en teología. Máster en ciencias sociales y máster en educación. Director de Teología y cultura: www.teologos.com.ar

jueves, 3 de octubre de 2013

Hans Küng: teólogo de la Iglesia de Cristo



Hay personalidades que, por su trayectoria, ya no pueden considerarse sólo de un espectro eclesial determinado. En la historia de la Iglesia podemos ilustrar el caso con San Agustín. Obviamente, perteneciente al catolicismo romano pero ¿quién dudaría de la influencia que también ejerció en el Protestantismo? Hasta podríamos decir que Agustín influye más decisivamente en ese ámbito, a partir de Lutero y de Calvino, padres de la Reforma, que fueron consumados agustinianos en su teología.
El caso que nos ocupa ahora es Hans Küng. Padece de Parkinson, está por quedar ciego y solicita una muerte asistida. Admiro a Hans Küng. Leí su temprana obra La Iglesia, en los lejanos años 1960. Una obra decisiva en la que, mediante exégesis y riguroso pensamiento teológico, llega a posiciones muy afines al protestantismo, por ejemplo, en el caso de la Cena del Señor que define como memorial.
Küng fue un gran admirador y amigo de Karl Barth, suizo como él. Su tesis doctoral se titula: La justificación según Karl Barth, trad. Francisco Salvá Miguel, Barcelona: Estela, 1967. Entiende que el planteo de Barth implica una pregunta incisiva para el catolicismo. Dice:
“El único problema, que siempre se repite: ¿la doctrina católica de la justificación considera seriamente la justificación como acto soberano de la gracia de Dios? El más profundo deseo de Karl Barth, que ha sido la fuerza motriz de toda su evolución desde el liberalismo, pasando por el exsitencialismo, hasta la Kirchliche Dogmatik, su – como von Balthasar lo llamaba- devorante celo por Dios, ha quedado también como el deseo decisivo de su doctrina sobre la justificación. ¡El soli Deo gloria!” (p. 91).
Sobre la idea de la gracia en Barth, Küng entiende que hay diferencias aunque finalmente la gracia es una sola. Explica:
“Barth desconoce el sentido de las divisiones católicas de la gracia: éstas no deben plantear como problema la unidad de la gracia, como si toda la gracia nos fuera dada en el solo Jesucristo, pero pretenden sólo mostrar el efecto inmenso y plural del acto de soberanía de Dios. La gracia es una, pero actúa en el hombre, que es un ser complejo; y en la medida en que es de esta manera, tienen un sentido las diferencias.” (p. 207).
Estos botones de muestra, indican la influencia que Barth ejerció en la teología de Küng. Sus aportes a continuarían con temas urticantes como el de su libro ¿Infalible? publicado sin las debidas autorizaciones y en el que pone en cuestionamiento la infalibilidad papal. Su pensamiento crítico hacia ciertas posiciones del catolicismo romano provocó que fuera silenciado oficialmente por Juan Pablo II a instancias del entonces cardenal Joseph Ratzinger. Sería una medida reivindicatoria que el papa Francisco levantara ahora esa sanción. 
En los últimos años, Küng desarrolló un programa de investigación sobre las grandes religiones del mundo: judaísmo, Islam y cristianismo, postulando que sólo habrá paz en el mundo cuando haya paz entre las religiones.
Ahora, que Hans Küng se está despidiendo de este mundo, dado su delicado estado de salud, es oportuno reivindicarlo no sólo como teólogo católico romano sino como un pensador que ha servido a la Iglesia de Cristo, sin distinciones y, por medio de ella, también a la sociedad y la cultura.

Alberto F. Roldán

Buenos Aires, 3 de octubre de 2013